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¿Deben los traductores de países en desarrollo aceptar tarifas más bajas cuando trabajan para el mercado internacional?

By Paula Tizzano Fernández | Published  08/4/2008 | Business Issues | Recommendation:RateSecARateSecARateSecARateSecARateSecI
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Author:
Paula Tizzano Fernández
Argentina
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¿Deben ganar menos los traductores y editores del países del tercer mundo?

Por Paula Tizzano
Traductora y editora independiente

Hace veinte años que trabajo como traductora y editora para el mercado internacional. Esto significa que mis traducciones son contratadas por agencias y editoriales de Europa, Estados Unidos y Asia, y publicadas en dichos mercados. Pero, olvidaba decir, soy una profesional latinoamericana.

En estos veinte años, también he sido docente de traductores y de estudiantes de la carrera, lo cual me ha permitido escuchar las experiencias y realidades laborales de numerosos colegas, y comprobar que la situación a la cual voy a referirme no es una circunstancia aislada, sino algo relativamente común para algunos traductores de América latina que, ya sea por su mera suerte, por su talento innato o por sus conocimientos adquiridos a fuerza de inversión y sacrificio, han logrado abrirse paso en el mercado internacional y sostener una continuidad de trabajo en plataformas muy competitivas.

Hasta aquí la reseña. Lo que quiero plantear es algo con lo cual me topo a veces en mis conversaciones con clientes y agencias a la hora de pactar las tarifas. Por alguna razón, ciertos contratistas consideran que “un traductor de un país de América latina [o de países en desarrollo] no debe pretender ganar lo mismo que un traductor europeo o norteamericano [a igualdad de calidad, por el mismo trabajo de nivel internacional y para el mismo mercado], porque su moneda vale menos y la vida en sus países es más barata”. Incluso algunos consideran que “no es justo que por la ventaja competitiva de sus monedas, se beneficien más que sus colegas europeos” (sic). (“¡Cómo va a osar un colega latinoamericano aprovechar en su beneficio una ventaja cambiaria! ¡Esta tradición es privativa de los países del primer mundo!”, respondió un día un colega al director de una editorial española.) Cabe aclarar que no me refiero aquí a los profesionales que trabajan para el mercado interno de sus países, y cuyo trabajo es contratado y publicado en estos mercados. Me refiero exclusivamente a quienes trabajan para el mercado internacional con los estándares de formación, profesionalismo y calidad que muchas veces estas agencias o clientes requieren, y que no son tan fáciles de cumplir ni para cualquier profesional europeo o norteamericano, ni para uno de países en desarrollo.

Seguramente algunas editoriales o agencias creen que un traductor internacional puede llegar a un verdadero nivel sobresaliente y mantenerlo con los años, afrontando costos irrisorios. O creen que la vida en países en desarrollo es “en moneda local”. Pero esto constituye no sólo una falacia, sino también una ignorancia de la realidad y una inaceptable discriminación. Dos profesionales que trabajan para una misma agencia, con el mismo nivel de excelencia profesional, deben cobrar la misma tarifa independientemente del país donde viva cada uno de ellos o de los vaivenes de la política cambiaria de cada nación. El criterio primordial para establecer una tarifa debe ser la calidad del producto y del servicio prestado, incluidos aquí estándares como la precisión, el estilo, el uso de herramientas técnicas, la puntualidad, la eficiencia, la actitud hacia el contratista, etc. Pero nada tiene que ver en la evaluación el país de origen del traductor. Es como si en un examen de ingreso a una universidad internacional se pusiera a un aspirante latinoamericano un puntaje más bajo porque alguien considera que invirtió menos dinero en su formación o que es un becario.

En primer lugar, es erróneo creer que la vida en los países de América latina es necesariamente más barata o se paga en moneda local. Voy a dar el ejemplo de la Argentina, donde vivo y trabajo. Un traductor argentino debe pagar su hipoteca en dólares, no en pesos. Pero no a las tasas hipotecarias que se pagan en el primer mundo, muy inferiores, sino nada menos que con un costo financiero total del 12-15% anual. Es decir que la hipoteca de su oficina o casa es mucho más onerosa, y a misma moneda (dólar norteamericano).

Un traductor argentino (léase peruano, colombiano, paraguayo, etc.) necesita formarse en la especialidad. Cuando vienen reconocidas autoridades en la materia a dictar congresos a su país, cobran la entrada a sus conferencias o seminarios a precio dólar (todos hemos pasado por esta experiencia, ya sea que hayamos hecho el sacrificio de pagar para asistir o el sacrificio de dejar pasar la oportunidad por falta de recursos).

Dado que traduce a otra lengua, es lógico que necesite comprar libros de referencia, diccionarios, tesoros y manuales, no sólo de español, sino de inglés, francés, italiano, japonés o el idioma con el cual trabaje. Los buenos libros de referencia en español se pagan a precio euro, porque se editan en España, y los manuales de otras lenguas, en monedas más caras o bien a precio de importación. Es decir que su formación continua le implica el desembolso de los mismos precios o más caros aún que sus colegas europeos o norteamericanos (ya que debe pagar altos costos de envío). Pero como, en nombre de este razonamiento falaz de algunos empleadores o contratistas soporta tarifas más bajas que sus colegas, en tal caso su opción es renunciar a tener libros necesarios, o bien recurrir a las fotocopias, al circuito de bibliotecas, o a bajar libros pirateados por internet. Esto, si es un profesional honesto y de principios, le provocará la desagradable sensación de no estar en paz con su conciencia. ¡Pero es que tampoco puede pagar ochenta euros por un diccionario, cuando la agencia española que lo contrata como traductor le paga a él un treinta por ciento menos que a su par español!

Si haciendo gala de esta misma lógica, el traductor chileno le dijera al librero de la Gran Vía o al cajero de Barnes and Noble, o le escribiera a The Folio Society: “Debe usted venderme este manual más barato, porque soy latinoamericano y las editoriales europeas pretenden que debo ganar menos que mis colegas”, ya imaginamos con qué bonitas expresiones extranjeras lo mandarían de paseo.

El software que necesita un traductor peruano, argentino o venezolano para hacer su trabajo con excelencia y rigurosidad es el mismo que usan sus colegas europeos o norteamericanos: a imparcial precio euro o dólar. Si no lo puede pagar, ¿debe rebajarse a tener que bajar programas ilegales de internet? ¿Por qué no puede tener software legítimo como sus pares europeos y norteamericanos? Porque su tarifa es menor. Este círculo vicioso condena, en muchos casos, a los profesionales de países en desarrollo a reproducir prácticas que estigmatizan negativamente a los países en desarrollo, justamente porque no pueden permitirse el alto precio que cuesta la legalidad. Los impuestos directos (léase VAT o IVA) que se pagan en los Estados Unidos no llegan al diez por ciento. ¡Pero en la Argentina son del 21%!

Su computadora también cuesta en dólares o euros, como cuestan el tóner de su impresora, su pen-drive o su plaqueta de conexión inalámbrica. Un profesional del primer mundo puede renovar periódicamente su computadora o tener una notebook de última generación. Pero si un colega que trabaja para la misma agencia que él cobra menos por ser latinoamericano, no puede renovar su computadora cada tres años. Y va a perder, porque los programas nuevos vienen diseñados para funcionar con configuraciones cada vez más avanzadas, y directamente no corren con procesadores antiguos o que tienen poca capacidad de RAM. Si no puede mantenerse al día con sus equipos, no podrá aprovechar las innovaciones tecnológicas que poseen sus colegas europeos, y entonces perderá posición competitiva en pocos años. Como le sucederá si no tiene el Trados con su correspondiente certificación. Pero esta inversión es impensable si gana tarifas discriminadas.

Las membresías, certificaciones internacionales y suscripciones a portales —herramientas necesarias para conservar un lugar en el mercado—, también se pagan en dólares, para todos por igual. Si quiere obtener la certificación en la ATA, esta le cobrará al traductor latinoamericano los mismos trescientos dólares que al europeo o al estadounidense. Para poder pagarla, necesita ganar lo mismo que sus pares del primer mundo.

Por otro lado, cuando un traductor chileno o argentino de nivel internacional traduce un libro para Ediciones B de Barcelona o para Seix Barral, o un manual técnico para Toyota, y estos le pagan una tarifa menor por ser de América latina, no trasladan ese margen ventajoso al público vendiendo el producto más barato, sino que aumentan su propia tajada: le quitan al traductor y le quitan al consumidor, para “optimizar su ganancia”. Pero ¿no era que si el traductor de un país en desarrollo se aprovechaba de una coyuntura cambiaria eso era inmoral o injusto? ¿Acaso deja de ser injusto o inmoral si lo hace una empresa contratista de servicios?

En suma, es importante que el criterio para establecer las tarifas sea la capacidad, la responsabilidad y el desempeño concreto en la labor, y no el país de procedencia del traductor o editor contratado. Creo que la defensa de esta igualdad debe ser sostenida por los mismos traductores que ocasionalmente somos objeto de esta discriminación. En esta negociación, no sólo debemos pensar en nuestra conveniencia o realidad inmediata, sino también en nuestras posibilidades de crecimiento en un mercado altamente competitivo, donde una parte importante de nuestros ingresos debe ser reinvertida en actualizaciones, suscripciones, cursos, libros y software. Sólo la igualdad de tarifas nos permitirá seguir conservando la igualdad de calificación de aquí a dos o tres años.

Es un tema para continuar debatiendo, pero del que es menester tomar debida cuenta a partir de hoy. Si este argumento cunde, aun siendo tan falaz, ¿podría ser acaso porque nosotros mismos no estamos pudiendo rebatirlo con la debida claridad y energía? Queda abierto el diálogo.




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